«Mantén algo de espacio en tu corazón para lo inimaginable». Mary Oliver

Viajar comienza con un tiempo extraño. De color transparente que todo lo anticipa. Tiempo que se obstina en caminar un paso por delante. En construir sueños. Sí, es tiempo soñado. Que se despliega a trozos, a momentos. Dando aliento. Donde la ilusión se desliza de puntillas sin pisar la tierra. Con sus huellas invisibles. Entre tanto y a tientas podemos abrazarlo… parece tan cierto.

Muda el tiempo. Se acortan las distancias. Y lejos se diluye en cerca. Aquí el tiempo no se llena, se vive. Sí, es tiempo vivido. Que esparce sin prisa aquello que la mirada alcanza. Ahora la luz cubre cada instante que se colma de color. Mientras el deseo empuja, late la vida en cada rincón. Empapados de conciencia. Donde lo diminuto se revela al tiempo que se imagina.

El tiempo esboza su final que se perfila de todos modos. Donde el silencio invita a su tibio remanso para navegar los recuerdos. Sí, es tiempo recordado. De imágenes contenidas en la retina. Que poco a poco se desvanecen. Alteran su color. De sombras que esculpen vivencias con su tallo de cristal.

La presencia alcanza y engendra el ahora. Es tiempo para dejarse sentir. Vivir. Apreciar. Descubrir lo que crea a un tiempo el ayer y el ya mismo. Porque el tiempo envejece deprisa.

Dedico este artículo a mi amigo Alberto Arias, director de Viajes Entornos Únicos, quien me descubrió la aventura de viajar caminando, y quien me ha invitado a conocer unos lugares llenos de magia: La Gomera y El Hierro. Gracias.