Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.
El gatopardo. Lampedusa
Como nunca, se paró la maquinaria frenética y tuvimos la oportunidad de percibir el tiempo y el espacio de otra manera. Construimos aspiraciones de una vida más creativa, más familiar, más espiritual, más plena, mientras desafiábamos nuestras inseguridades.
Las oficinas dieron paso al teletrabajo. La naturaleza recobró, por unos meses, su espacio. Las buenas intenciones cotizaron al alza y las ambiciones perdieron su lugar. Además, el largo encierro ordenó nuestras prioridades.
Entre brillos optimistas alcanzamos la tan nombrada nueva normalidad, y a pesar de lo visto y lo vivido, nos reincorporamos como si hubiéramos despertado de un mal sueño, y seguimos con lo que estábamos, si lo que estábamos seguía en pie, atropellados por la rueda de la rutina.
Poco a poco, paseamos por el filo, de una ciudad sin ojos, donde se vuelve a respirar el tumulto de la calle, comienza a relajarse el miedo y la solidaridad pierde su temperatura. Qué pronto cicatrizan los recuerdos dañados.
Como siempre, imaginamos que nuestra existencia es infinita borrando los límites de la convivencia.
Parece que cada vez se cierne sobre nuestras esperanza un respiro de normalidad, las condiciones vuelven a cambiar con los rebrotes en casi toda Europa. Ojalá que la vacuna se efectiva para volver, siquiera, a una mediana normalidad.
Saludos
Manuel Angel
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Gracias, Manuel Ángel, pues ojalá más que la vacuna, que también, hubiera más conciencia y sentido común.
Saludos de vuelta
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Lo siento Lola, se confirma el pronóstico: La ignorancia sirve de abono y la estupidez aumenta entre la humanidad. Un besazo.
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Gracias, Carlos. Está claro, el individualismo se afianza y llegamos al sálvese quién pueda… Otra vez.
Un besazo de vuelta
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