«Siéntate donde estés y escucha el canto del viento en tus venas». John Welwood.
A medida que escribo estas palabras, el mundo más allá de mi ventana parece estar en pausa. Hay tanto silencio. A excepción del tic-tac del reloj. Y la respiración del perro que se armoniza con mi respiración. No hay nada más que hacer. Me empieza albergar cierta melancolía. Mi alma emocionalmente permeable y solitaria. Un gran deseo de enmascarar esta tristeza con la ira. Proteger mi vulnerabilidad. Simular que estoy enojada. Poco a poco doy paso a las lágrimas que empiezan a caer y duele. Sospecho que también la tristeza es parte de estar viva. Mirar. Sentir. Esperar. Confiar. La tristeza da paso a la ecuanimidad. Lentamente el clima emocional cambia. Comienza un gran sentimiento de alivio. Una liberación. Una alegría silenciosa e inesperada.
Sé que debo juzgarme menos duramente. Aflojar los límites. Suavizar los bordes. Liberar expectativas. Aceptar todos mis sentimientos. Trabajar con lo que es. Y en esa entrega algo nuevo comienza a crecer. Se trata de confiar en que todo se transforma en una nueva historia.
La aceptación es mirar con coraje lo que sucede ahora. No es abandonarte a la corriente ni intentar resistirla, es ajustar cada movimiento al curso del agua. Es el largo suspiro del alma. Amar lo que es.
Palabras que me recuerdan a una lucha para evitar que el anhelo determine la existencia y se convierta en la guía del pensamiento. Un abrazo.
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No lo podías decir mejor. Muchas gracias por esta gran aportación. Abrazo de vuelta.
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Seguimos demasiado la corriente, Plantarnos frente a ella no es solución. La clave está en adaptarnos, en ajustarnos a su movimiento. Tienes toda la razón. Excelente reflexión. Un abrazo.
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Muchas gracias, Carlos por tu aportación.
No es fácil. Tantas veces nos resistimos. Pero, cuando conseguimos dejarnos fluir por lo que acontece, aceptamos, es realmente muy liberador.
Un abrazo de vuelta.
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