Lo dulce de no hacer nada

«Todos los males del hombre proceden de su incapacidad para sentarse en la silla de una habitación y no hacer nada». Pascal

Como el Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas vivimos en estos tiempos «sin tiempo» con un reloj marcando nuestros pasos, en los que apuramos los segundos y no dejamos de correr porque ya es tarde y hay algo importantísimo que hacer.

Con estas idas y venidas de prisas y quehaceres, terminamos albergando esa sensación amarga de que la vida se nos escapa para lograr lo que queremos. Y cuando nos permitimos ese espacio en blanco sencillamente para «no hacer», nos desasosiega la angustia de estar perdiendo el tiempo, es entonces cuando nos invade ese sentimiento de culpa.

No hacer nada sirve de mucho, es una oportunidad para la reflexión, para la relajación. No es desinterés, inacción, indiferencia, muy al contrario es salir de los automatismos donde hacemos las cosas, pensando en otras, deseando otras, recordando lo que fue y anticipando lo que será.

Los dulces de no hacer nada en los que merodeamos mentalmente y que actualmente tendemos a dejar de lado: darse un paseo sin rumbo fijo, soñar despiertos, tenderse en el césped y observar las nubes, incluso descubrir sus formas…, son de vital importancia para dejar espacio a la creatividad.

Una vez que conseguimos dejar de correr en esa espiral del día a día, es el momento de bailar. Y lo más importante descubrir cuál es nuestra música. Qué es lo que realmente nos importa.

Comienza el baile ¿has descubierto tu música?

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